EL REGALO FERPECTO


Me alegro de que la Navidad haya terminado, porque es una época verdaderamente agotadora, especialmente en lo que se refiere a los regalos. De hecho, que en Navidad se regala, parece una premisa incuestionable. No lo es, desde luego y tengo el total convencimiento de que mucha gente optará por otros modelos diferentes que no impliquen comprar o crear cosas para otras personas. 

Yo regalo y también me regalan. Lo primero, regalar, me encanta, porque me gusta mucho sorprender y satisfacer a mis seres queridos. Lo segundo, que me regalen, ya no me agrada tanto. La razón principal, no me suelen gustar nada los regalos que me hacen. Sí, lo sé, y lo tengo asumido: soy una persona muy difícil para regalar, el terror de los amigos invisibles (si ves a alguien poniendo cara de mierda después de abrir su papelito en el reparto, es porque le he tocado yo seguro). El origen de esta dificultad radica en el hecho de que siempre le encuentro pegas a todo y creo que esta condición pejiguera viene de un trauma infantil. 

En mi más tierna infancia, yo me pedí para Reyes la casa grande de los Playmovil, esa pasada de mansión victoriana que, de lo grande que era, casi no cabía en mi cuarto. Pero, en vez de eso, mis padres me compraron la casita (por no decir chamizo) de los Playmovil, una casa enana que podría haber tenido su encanto (no digo que no) si no hubiera deseado con todas mis fuerzas la mega mansión de dimensiones gigantescas. Sus razones tendrían mis padres para no echármela por Reyes; desde que les parecería algo demasiado grotesco, hasta que se había agotado en los comercios. Supongo que, en su momento, me dieron una explicación pertinente en la que estaría implicada la condición mágica de los reyes magos. Pero yo no lo entendí y mi decepción fue de órdago. 

Pues bien, tengo el convencimiento de que esta es una de las causas de que lo que me regalan nunca sea lo que espero realmente; desde luego es lo que ha ocasionado que la idea que tengo de lo que me van a regalar no suela corresponderse con la cosa que de facto me regalan. Pero no creo que esto justifique del todo que la gente no logre acertar con mis regalos. A lo largo de años y años recibiendo presentes altamente decepcionantes, he llegado a una conclusión (o más bien, he elaborado una teoría): la mayoría de las personas que habitan en este planeta, hacen regalos sin pensar en la persona receptora, sino que sólo piensan en sí mismos. Es decir, normalmente compran o crean cosas basándose en sus propios gustos y pasiones, pero no en los de aquel o aquella a quien regalan. De esta forma, el regalo que hacen les encanta, ¡pero les encanta a ellos, no necesariamente a la persona que lo recibe!, ya que su criterio no es garantía de éxito en absoluto, a no ser que los gustos del que regala y del regalado concuerden. 

Resulta que, en mi caso, mis gustos no suelen coincidir con los de la gente en general. Así que, hay pocas posibilidades de que me agrade algo que alguien ha comprado o ha hecho pensando en sí mismo. Y, sí, mi hermetismo exagerado tampoco facilita que los otros conozcan mis gustos, pero algo siempre se puede intuir. Por lo menos, hay millones de cosas potencialmente descartables. Y, bueno, ante la duda, preguntar nunca está de más; siempre puedo dar pistas y sugerir cosas que necesito. No hace falta que se me culpabilice y se me haga sentir como una especie de extraterrestre desagradecido y hostil. Al fin y al cabo, sigo siendo un ser humano y, sí, tengo sentimientos, aunque a veces sólo parezcan espasmos. 

Comentarios

  1. Pues no sé qué pensar de los regalos. Creo que me pasa un poco como a ti, en el sentido de que no acierta nadie. No obstante, si dieran en el clavo, tampoco sé si me sentiría más feliz. Creo que no. Es la expectativa, tanto si regalo como si me regalan, lo que me agrada. Por otro lado, no estoy segura de que quiera cosas que necesite. Estas, si las necesito en realidad, me las compraría yo. Supongo que algo bello e inútil me gustaría; pero, tampoco me gusten que tiren el dinero. Conclusión: que me regalen tiempo: para escribir, hacer fotografías, prepararle temas a los alumnos sin agobios; y, luego, una buena botella de vino, un viaje a Islandia, una mejor cámara, un curso de fotografía, y un juego de pendientes y colgante de oro blanco. Vaya, tonterías.
    Un saludo, Desbordamientos, que ya me he desbordado yo lo suficiente.

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    1. ¡Buenísimas opciones! Tomo nota por si algún día nos conocemos. ¡Un abrazo!

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  2. Jajajajajajajaja :D

    Estoy segura de que la casa grande de los Playmobil acabará llegando a tu vida... ;)

    R.

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    1. Puede ser que, en plan súper friki, me la acabe comprando y luego tenga que pagar las consecuentes sesiones de psicoanalista, ja, ja, ja.

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  3. Entiendo perfectamente lo que dices, porque conozco a alguna persona como tú, a la que es difícil regalar nada pero no porque sus gustos sean (digamos) raros, sino más bien porque todo lo que quiere ya se lo compra.
    Yo soy de las que se rompen la cabeza pensando en el otro, no en mí. Me parece tan básico...Y disfruto desde el momento inicial de pensar en ello hasta el momento final de la envoltura, lazo, etiqueta y, si te descuidas, hasta piruleta.
    Como receptora, soy fácil, porque casi todo me hace ilusión (menos un "amigo invisible" que, en lugar de currárselo, me hizo un regalo de broma que me sentó fatal).
    Pero hay gente que hace lo que tú cuentas de mirar por sí y lo que a ellos les gusta. Ese no es el fin último del regalo, que es agasajar al otro con algo que, a buen seguro, puede agradarle.

    Muy buen post, y casi te hago un comentario tan largo como grande querías tú la casa de los Playmovil ;-)

    Un beso

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    1. Ay, esos amigos invisibles (que más que "amigos" deberían llamarse "cabroncetes"), cuántos disgustos provocan por todo el territorio. Chelo, tu comentario es perfecto; me encanta que sea largo. ¡Muchas gracias por escribirlo!

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  4. Me gusta regalar y me gusta pensar en qué le gustará a la persona a la que lo regalo, cuesta mucho olvidarse de los gustos de uno y centrarse solo en lo que le gustará al otro y generalmente acierto bastante, creo que como en todo si quieres que al otro le guste le tienes que poner ganas y a veces en épocas de muchos regalos, hay personas que hacen las cosas porque tocan y entonces claro que se nota, no aciertan nada de nada.
    Recuerdo algún amigo invisible que más bien era casi el enemigo invisible, qué mal gusto y qué desconocimiento del personal.
    Saludos

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    1. Deberíamos hacer campaña oficial para desterrar la tradición del amigo invisible. Creo que los peores regalos son esos objetos feos e inservibles que la gente te endiña porque previamente se los han endiñado a ellos. Hay algunos regalos de ese tipo antológicos, ja, ja, ja. ¡Un saludo, Conxita!

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