BLOQUEO


Durante mucho tiempo he sufrido un bloqueo muy persistente. Ha durado años (más de diez) y aún no lo puedo dar por terminado, pues algún que otro día especial, en el que parece que el sentido de las cosas brilla por su ausencia, todavía puedo sentir sus efectos. El bloqueo consiste básicamente en la imposibilidad de llevar a cabo acción alguna. Dicho de otra forma, en no poder hacer nada. 

Matización: con “nada” me refiero a aquello que, por obligación externa o interna, debería hacer. Por obligación externa entiendo cualquier imposición que viene de fuera, como, por ejemplo, el realizar las tareas que me exigía mi trabajo. La interna sería toda imposición que viene de dentro; aquí los ejemplos son múltiples, porque se trata de cualquier tarea que mi propio yo me requiera, como leer un libro o limpiar el baño. 

El caso es que mi mente, sin que yo pueda controlarla, comienza a transmitirle a mi cuerpo que no se mueva. Es algo involuntario que me domina. Los mensajes que le insufla son algo así como: “Ni lo intentes; hoy no vas a poder hacer nada”. Y, efectivamente, se acabó la acción. Además, cuanto más me diga que tengo que hacer lo que sea, menos puedo siquiera moverme. Pura intención paradójica. 

Durante muchos años he estado pensando en las causas de este bloqueo y he de decir que, después de mucho trabajo de introspección (y muchas pelas gastadas en terapia), aún me cuesta bastante identificarlas. Son tan escurridizas... Esto es un problemón para mí, ya que esta dificultad para reconocer su origen me conduce a la inevitable repetición de los mecanismos a través de los que este fluye. 

Hay una causa que sí creo tener bien identificada: mi descomunal nivel de autoexigencia. Desde siempre, he sido una persona muy perfeccionista, de tal forma que he ejercido sobre mí una presión demasiado fuerte para que todo me saliera de diez. Y lo que he logrado con esta presión es que, al final, mi mente se sature y decida ponerse en huelga. He simplificado un poco, pero básicamente el mecanismo consiste en eso. Si durante mucho tiempo te estás diciendo que tienes que hacer todo bien y, si no lo consigues, te recriminas de la forma más cruel lo mal que te ha salido y la persona tan horrible que eres, al final acabas por no hacer nada para ahorrarte todo ese sufrimiento que genera la autoexigencia.

En realidad se trata de un mecanismo de defensa muy sabio, ya que me ha librado ligeramente de parte de los perversos efectos de mi diálogo interno. Sin embargo, también tiene sus contraindicaciones: mi mente, no satisfecha con mi decisión de absentismo vital, me empezó a reprochar con una dureza inusitada el no poder hacer nada y, lanzándome acusaciones desagradables al máximo, consiguió que me llegara a considerar la persona más inútil de la tierra. 

Así que, la trampa estaba servida ya que, por una parte, mi propia autoexigencia me machacaba si no llegaba a los estándares que consideraba apropiados, pero, por otra, cuando me bloqueaba (para no tener que aguantar los efectos de dicha autoexigencia), mi mente me torturaba por no poder hacer nada. Vamos que un sufrimiento por otro.

Afortunadamente, a día de hoy, al ser un poco más consciente de este proceso, tengo la capacidad de perdonarme y, cuando estoy en modo bloqueo, permitirme el no poder hacer nada sin reprochármelo demasiado. Y, bueno, intento no exigirme tanto, aunque creo que de eso no me libro ni queriendo. En fin, os deseo a todos una noche espeluznante. ¡Feliz Halloween!

Comentarios

  1. Hola D.P. A medida que te iba leyendo estaba pensando en ese párrafo final y cuando lo leí me dije "menos mal". Es lo que te hace falta, y lo sabes... ;-)
    Exigirte menos y perdonarte más. Yo también soy muy autoexigente, pero no dejo que hable esa voz que a ti te dice "Ni lo intentes; hoy no vas a poder hacer nada". Es como que me reto a mí misma y me demuestro que sí soy capaz (a la vez que constato que esa voz se equivoca).
    El saber perdonarse es muy difícil, mucho. A veces una no se perdona a sí misma una nimiedad y es capaz de perdonar a otro lo más grave del mundo, ¿por qué? Creo que una tiene que ser benevolente consigo misma. Te aseguro que se funciona mejor de esta forma.
    Me ha encantado tu post y charlar contigo un ratillo, ¡gracias! ;-)
    Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti, Chelo, por tu maravilloso comentario. Me identifico mucho con lo que has dicho sobre que es más fácil perdonar a los demás que a tu propia persona; me suele pasar esto a menudo. ¡Un besazo!

      Eliminar
  2. Hola DP a veces somos nuestros peores enemigos. Sería bueno dejar de darnos mensajes negativos y machacarnos, fluir más sin obligarnos (esa palabra que está tan de moda pero que tiene su parte de razón), relajarnos y aprender a querernos tal y como somos. Yo diría que debería ser obligatorio querernos mucho más y aprender a mimarnos.

    Un saludo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estoy de acuerdo, Conxita; debería ser completamente obligatorio. No sé por qué hay tantas deficiencias en la educación emocional que nos proporcionan. Veo que ni en las familias ni en la educación reglada existen las suficientes herramientas como para aprender a potenciar nuestra capacidad emocional más positiva. ¡Muchas gracias por tu comentario!

      Eliminar
  3. A mí me dio por desmayarme o tener amagos de desmayo, cuando la situación me estresaba y mi mente "quería salir de allí" :) La lógica de la mente no tiene parangón. Un abrazo, paciencia.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Joe, Paola, pobrecilla... Me parece una tortura el perder la conciencia en momentos de estrés, aunque tiene mucho sentido que nuestra mente elija ese mecanismo. Espero que te haya dejado de pasar. Bufff, a mí me resultaría muy angustioso pensar que en cualquier momento voy a desmayarme; qué duro. ¡Besos!

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

DÍA MUNDIAL DE LA FILOSOFÍA

MONTAIGNE Y LA MORALIDAD DEL SUICIDIO

CENUTRIO